martes, 17 de marzo de 2009

Mal Menor ...... AGENCIAPERU.COM

Escribe:LeonardoAguirre (*)

Hay quienes juran que el periodismo es un género literario. Y hay quienes afirman que el periodismo es la prostitución de la literatura. Ni lo uno ni lo otro. Son cosas distintas. Chicha y limonada. Papas y camotes. Ciertamente, tanto el escritor como el periodista blandean la pluma. Pero, la verdad, entre ambos existe la misma distancia que separa al torero del matarife.
Últimamente han caído por esta Redacción volúmenes firmados por periodistas reputados. Desde el 2004 –por mencionar a los que recuerdo de inmediato-, he tenido ocasión de revisar las páginas de Eloy Jáuregui, Rafo León, Marcela Robles, Toño Angulo (la hizo linda en el sólido norte: los búfalos multiplicaron las ventas) y, ahora, Jaime Bedoya, editor de Caretas y autor de la columna que presta título al libro que tengo entre manos: “Mal Menor”.
Todos los ilustres mencionados son o fueron “cronistas” (como ellos mismos se califican para diferenciarse de la masa reporteril) pero, a pesar de ciertas licencias estilísticas, soportan o soportaron la tiranía de la miserable cotidianidad, la noticia fresca, la agenda política, y, desde luego, los parámetros del medio correspondiente.
Pero publicaron un libro. Buscaban la libertad y el prestigio que el periodismo niega y la literatura promete. Sin embargo, en la mayoría de los casos, sólo cambió el soporte. Subsistió la prosa despeinada, teñida, plagada de clisés y citas igualmente inútiles y pomposas. Subsistió el humor torpe que precisa de un “ja, ja, ja” entre paréntesis para merecer apenas una sonrisita perdonavidas. Creyeron que una foto en la solapa bastaba para convertir automáticamente al periodista (perdón, “cronista”) en escritor con mayúsculas.
No es el caso de Jaime Bedoya. Ya le sacó ventaja a sus coleguitas emancipados. Mientras los arriba mentados chapotean en la orilla con timidez, él bracea con seguridad hacia la ola. Y este lector disfruta con verlo nadar.
Porque nada con estilo. Es decir, tiene un estilo. Curiosamente, los libros de su gremio –inferiores en calidad- han merecido mayor atención mediática que “Mal Menor”. Bedoya sólo cosechó unas cuantas reseñas apuradas, apretadas y ambivalentes. No fue invitado a los sets de televisión. No recibió amenazas de linchamiento.
MAL MENORde Jaime Bedoya Editorial NormaLima, 2004290 pp.
Pese a que “Mal Menor” también es una recopilación de textos escritos para el periodismo (iba a decir “para envolver pescado”, pero creo que el papel de Caretas no califica para ese menester), el autor ya lo abandonó por completo. Y para bien. La noticia, el contexto, la agenda es un mero pretexto. Sin duda, Bedoya tiene una libertad absoluta para escribir de lo que se le venga en gana.
Revisemos el índice. Por ejemplo, se nos promete una entrevista con Paul Bowles, Jimmy Santi o Raúl Di Blasio. Y se nos promete también algún comentario “iluminador” en torno al legado de Lowry, Salinger, los Stones o Janis Joplin. Pero esos “hombres notables” y sus respectivas gracias son apenas un marco referencial para que el autor devanee a gusto, y con buen gusto, sobre un abanico de temas igualmente fútiles y coyunturales. Por otro lado, las miserias de nuestra política y nuestra farándula (si acaso no son lo mismo) no tienen otra función que permitir el lucimiento de la prosa y el bagaje del autor.
Si el lector precisa de coordenadas antes de tomar el barco, me permitiré citar (¿exagerar?) las crónicas de Héctor Velarde y Antonio Cisneros, e incluso la picardía criolla de Ricardo Palma. Desde luego, no lo voy a comparar con sus coleguitas (otra vez: chicha y limonada).
Y Bedoya no cita -como otros “cronistas”- con la pretensión acomplejada de “dignificar” un texto discreta e irremediablemente periodístico. Lo hace para exacerbar el sarcasmo. En “Mal Menor”, el autor tiene la (sana) frescura de apoyarse en Stendhal y Proust para repasar las curvas de las gemelas Bernaola. O echa mano de Cioran y Flaubert para celebrar los treinta y cinco años del exitoso “Chin Chin” de Jimmy Santi. Incluso, una meditación sobre el desarrollo de la física teórica le sirve de perfecto colchón para explicar un concepto tan esotérico como “La Hora Cabana” (de hecho, para zaherir al régimen, Bedoya es harto más cómico que Rafo León).
La creación de un alter ego como el poeta casmeño Dennis Angulo merece una mención aparte. Y merece la transcripción de un extracto de sus poemas circunstanciales. ¿Recuerdan la demagógica piyamada de Boloña en un pueblo joven? En el poema “Carlos Pueblo”, del volumen “Maleta 14”, el improbable Angulo escribe lo siguiente:
Repite tu credo con fuerza y en coro: “¡Dormir con los cholos es algo que adoro!”. Te arrullan las pulgas, te acuna la estera, cambiaste el Old Parr por ralo Té Toro. Allá los que insultan, (la envidia es rastrera). Mas si acaso el asco y las náuseas marean, ¡BOLOÑA TRANQUILO!: la ducha te espera.
De toda la peleadísima tabla de “cronistas” en pos del Parnaso, Jaime Bedoya es el único que, sin aspavientos, sin salpicar, sin hacer espuma, bracea con garbo, solito en la punta, hacia la ola siempre traicionera de la verdadera literatura.

mustrave@hotmail.com




MAL MENOR7 de octubre de 2004Por JAIME BEDOYA. Oír Para Querer ESTÁ probado. La música es lo más parecido al amor. Lo avalan desde Marley hasta Bobby Capó1. No en vano somos remedos de ella. Moléculas en vibración que al encontrar alguien o algo en igual frecuencia miramos diferente al mundo y a todos sus charcos: no estamos solos en esta cuesta. Por eso no hay mejor compañía que la que entiende sin palabras. Cuando aparece cantamos bajo la lluvia, sobre las brasas y entre la mierda. A dúo.Pero aún así no aparezca el coro cada canción es un hogar temporáneo. Un refugio sonoro que cobija y hacemos propio redecorando de momentos que sin música desaparecerían por higiene mnemotécnica y dignidad sentimental. Nada queda de lo que pensábamos nuestro. Pero ahí estuvimos y ahí volvemos, por oído.Hay canciones pequeñas, de un piso, personales. Muchas al borde del ridículo2. Y hay mansiones sonoras, con jardines, amplios estares, donde sí hay cama para tanta gente. El bolero ha sido siempre la casa de todos. De los que busca la policía y de los que el amor no recoge. Y siguen llegando.Será por su rítmico dos por cuatro. Será por la sola loseta que su ejecución demanda. Será por su origen entre España e Indias, Africa mediante y Cuba imperante. Será porque -como el blues, el fado, el tango- no le hace asco al amor cuando duele, que es cuando se va, dolorosa costumbre que repite con fruición (temerario cretinismo el del que se supone, blandiendo babosa sonrisa, sentimentalmente a salvo). Como escoltas de la partida, Javier Solís vierte desde su yugular un inacabable caballito de tequila3, o el maestro Lara4 cultiva rosas en un burdel veracruzano con la fineza de un invernadero holandés. Nadie se salva, todo pasa. Pero como un bálsamo invisible, la canción queda.Cuba queda, el flamenco queda. Me cago en el embargo y me cago en ¡Hola!, ambos igual de indefendibles. En la isla la música es oxígeno y el que no la respira muere. Julio Gutiérrez5, natural de Manzanillo, a los 6 años ya tocaba el piano, a los 14 dirigía una orquesta. Sindo Garay6, natural de Santiago de Cuba, chato, flaco, negro y birolo, aprendió a leer de adulto leyendo avisos en la calle. Oswaldo Farrés7, natural de Las Villas, empezó a componer a los 35 años con una guaracha dedicada a sus cinco hijos. César Portillo de la Cruz8, habanero. Isolina Carrillo9, habanera. Orlando de la Rosa10, habanero. Luis Marquett11, de Alquízar. Bobby Collazo12, de Marianao. Y Pedro Junco, natural de Pinar del Río, escribe un bolero desde el hospital pocos meses antes de morir tuberculoso a los 43 años para explicarle a su amada lo inevitable13.Flamenco es José Monje Cruz, Camarón, visto en España por estos ojos, año 1988, levitando en medio del Palacio de los Deportes en un río de dignísimo e intocable lamento, erizando los pelos del payo más forastero mientras heroína navegaba en las venas del héroe14. Reviéntese el hígado de un pato y llámese paté. Pulverícese el corazón de un hombre y música maestro.Son tiempos miserables, qué duda cabe. Mezcla de pereza y asco da estar permanentemente al tanto de la vergüenza ajena. Así, dadas las cosas, más trascendente que las previsibles groserías políticas resulta siendo el simple hecho que dos personas canten en la ciudad. Un cubano y un gitano. Uno, Chucho, hijo de Bebo Valdés, leyenda viva de nobilísimo linaje musical. Chucho hizo una fiesta solo para creyentes cuando en 1986 Irakere se presentó en un concierto en el Municipal, sin quemar y semivacío, dentro de una de las escasísimas buenas ideas del gobierno aprista, el Sicla15: traer músicos que nos distrajeran para que ellos pudieran seguir robando en paz.Ramón Jiménez se llama Cigala desde que El Camarón16 le pusiera así. Ahora sólo quiere ser Dieguito, su nombre de barrio. Rescatando la esencia del flamenco se arrima a Cuba, al Brasil, al tango, para encontrar la verdadera pureza, que contrariamente a lo que se cree Lima, es la de la mezcla.Esto es sólo un concierto. No le va a salvar la vida a nadie. Pero aquel que quiera aprender a vivir, que escuche.____________________________________1 "Hit Me With Music", 1974, y "Piel Canela", 1953.2 "Hey", Julio Iglesias, 1980.3 "Sombras Nada Más". Solís murió con 33 años.4 "Piensa en Mí", 1940, canción suya.5 "Inolvidable", canción suya.6 "La Tarde", canción suya. García Lorca lo llamó El Gran Faraón de Cuba.7 "Toda una Vida", 1943, canción suya.8 "Contigo a la Distancia", 1946, canción suya.9 Oír "Dos Gardenias", 1947, canción suya.10 "No Vale la Pena", canción suya.11 "Allí donde tú Sabes", canción suya.12 "La Ultima Noche", 1946, canción suya.13 "Nosotros", 1943, canción suya.14 Moría cuatro años después de cáncer al pulmón.15 Semana de Integración Cultural Latinoamericana.16 Una cigala es como un langostino.

AGENCIAPERÚ.COM
Escribe:LeonardoAguirre (*)
Hay quienes juran que el periodismo es un género literario. Y hay quienes afirman que el periodismo es la prostitución de la literatura. Ni lo uno ni lo otro. Son cosas distintas. Chicha y limonada. Papas y camotes. Ciertamente, tanto el escritor como el periodista blandean la pluma. Pero, la verdad, entre ambos existe la misma distancia que separa al torero del matarife.
Últimamente han caído por esta Redacción volúmenes firmados por periodistas reputados. Desde el 2004 –por mencionar a los que recuerdo de inmediato-, he tenido ocasión de revisar las páginas de Eloy Jáuregui, Rafo León, Marcela Robles, Toño Angulo (la hizo linda en el sólido norte: los búfalos multiplicaron las ventas) y, ahora, Jaime Bedoya, editor de Caretas y autor de la columna que presta título al libro que tengo entre manos: “Mal Menor”.
Todos los ilustres mencionados son o fueron “cronistas” (como ellos mismos se califican para diferenciarse de la masa reporteril) pero, a pesar de ciertas licencias estilísticas, soportan o soportaron la tiranía de la miserable cotidianidad, la noticia fresca, la agenda política, y, desde luego, los parámetros del medio correspondiente.
Pero publicaron un libro. Buscaban la libertad y el prestigio que el periodismo niega y la literatura promete. Sin embargo, en la mayoría de los casos, sólo cambió el soporte. Subsistió la prosa despeinada, teñida, plagada de clisés y citas igualmente inútiles y pomposas. Subsistió el humor torpe que precisa de un “ja, ja, ja” entre paréntesis para merecer apenas una sonrisita perdonavidas. Creyeron que una foto en la solapa bastaba para convertir automáticamente al periodista (perdón, “cronista”) en escritor con mayúsculas.
No es el caso de Jaime Bedoya. Ya le sacó ventaja a sus coleguitas emancipados. Mientras los arriba mentados chapotean en la orilla con timidez, él bracea con seguridad hacia la ola. Y este lector disfruta con verlo nadar.
Porque nada con estilo. Es decir, tiene un estilo. Curiosamente, los libros de su gremio –inferiores en calidad- han merecido mayor atención mediática que “Mal Menor”. Bedoya sólo cosechó unas cuantas reseñas apuradas, apretadas y ambivalentes. No fue invitado a los sets de televisión. No recibió amenazas de linchamiento.
MAL MENORde Jaime Bedoya Editorial NormaLima, 2004290 pp.
Pese a que “Mal Menor” también es una recopilación de textos escritos para el periodismo (iba a decir “para envolver pescado”, pero creo que el papel de Caretas no califica para ese menester), el autor ya lo abandonó por completo. Y para bien. La noticia, el contexto, la agenda es un mero pretexto. Sin duda, Bedoya tiene una libertad absoluta para escribir de lo que se le venga en gana.
Revisemos el índice. Por ejemplo, se nos promete una entrevista con Paul Bowles, Jimmy Santi o Raúl Di Blasio. Y se nos promete también algún comentario “iluminador” en torno al legado de Lowry, Salinger, los Stones o Janis Joplin. Pero esos “hombres notables” y sus respectivas gracias son apenas un marco referencial para que el autor devanee a gusto, y con buen gusto, sobre un abanico de temas igualmente fútiles y coyunturales. Por otro lado, las miserias de nuestra política y nuestra farándula (si acaso no son lo mismo) no tienen otra función que permitir el lucimiento de la prosa y el bagaje del autor.
Si el lector precisa de coordenadas antes de tomar el barco, me permitiré citar (¿exagerar?) las crónicas de Héctor Velarde y Antonio Cisneros, e incluso la picardía criolla de Ricardo Palma. Desde luego, no lo voy a comparar con sus coleguitas (otra vez: chicha y limonada).
Y Bedoya no cita -como otros “cronistas”- con la pretensión acomplejada de “dignificar” un texto discreta e irremediablemente periodístico. Lo hace para exacerbar el sarcasmo. En “Mal Menor”, el autor tiene la (sana) frescura de apoyarse en Stendhal y Proust para repasar las curvas de las gemelas Bernaola. O echa mano de Cioran y Flaubert para celebrar los treinta y cinco años del exitoso “Chin Chin” de Jimmy Santi. Incluso, una meditación sobre el desarrollo de la física teórica le sirve de perfecto colchón para explicar un concepto tan esotérico como “La Hora Cabana” (de hecho, para zaherir al régimen, Bedoya es harto más cómico que Rafo León).
La creación de un alter ego como el poeta casmeño Dennis Angulo merece una mención aparte. Y merece la transcripción de un extracto de sus poemas circunstanciales. ¿Recuerdan la demagógica piyamada de Boloña en un pueblo joven? En el poema “Carlos Pueblo”, del volumen “Maleta 14”, el improbable Angulo escribe lo siguiente:
Repite tu credo con fuerza y en coro: “¡Dormir con los cholos es algo que adoro!”. Te arrullan las pulgas, te acuna la estera, cambiaste el Old Parr por ralo Té Toro. Allá los que insultan, (la envidia es rastrera). Mas si acaso el asco y las náuseas marean, ¡BOLOÑA TRANQUILO!: la ducha te espera.
De toda la peleadísima tabla de “cronistas” en pos del Parnaso, Jaime Bedoya es el único que, sin aspavientos, sin salpicar, sin hacer espuma, bracea con garbo, solito en la punta, hacia la ola siempre traicionera de la verdadera literatura.

mustrave@hotmail.com




MAL MENOR7 de octubre de 2004Por JAIME BEDOYA. Oír Para Querer ESTÁ probado. La música es lo más parecido al amor. Lo avalan desde Marley hasta Bobby Capó1. No en vano somos remedos de ella. Moléculas en vibración que al encontrar alguien o algo en igual frecuencia miramos diferente al mundo y a todos sus charcos: no estamos solos en esta cuesta. Por eso no hay mejor compañía que la que entiende sin palabras. Cuando aparece cantamos bajo la lluvia, sobre las brasas y entre la mierda. A dúo.Pero aún así no aparezca el coro cada canción es un hogar temporáneo. Un refugio sonoro que cobija y hacemos propio redecorando de momentos que sin música desaparecerían por higiene mnemotécnica y dignidad sentimental. Nada queda de lo que pensábamos nuestro. Pero ahí estuvimos y ahí volvemos, por oído.Hay canciones pequeñas, de un piso, personales. Muchas al borde del ridículo2. Y hay mansiones sonoras, con jardines, amplios estares, donde sí hay cama para tanta gente. El bolero ha sido siempre la casa de todos. De los que busca la policía y de los que el amor no recoge. Y siguen llegando.Será por su rítmico dos por cuatro. Será por la sola loseta que su ejecución demanda. Será por su origen entre España e Indias, Africa mediante y Cuba imperante. Será porque -como el blues, el fado, el tango- no le hace asco al amor cuando duele, que es cuando se va, dolorosa costumbre que repite con fruición (temerario cretinismo el del que se supone, blandiendo babosa sonrisa, sentimentalmente a salvo). Como escoltas de la partida, Javier Solís vierte desde su yugular un inacabable caballito de tequila3, o el maestro Lara4 cultiva rosas en un burdel veracruzano con la fineza de un invernadero holandés. Nadie se salva, todo pasa. Pero como un bálsamo invisible, la canción queda.Cuba queda, el flamenco queda. Me cago en el embargo y me cago en ¡Hola!, ambos igual de indefendibles. En la isla la música es oxígeno y el que no la respira muere. Julio Gutiérrez5, natural de Manzanillo, a los 6 años ya tocaba el piano, a los 14 dirigía una orquesta. Sindo Garay6, natural de Santiago de Cuba, chato, flaco, negro y birolo, aprendió a leer de adulto leyendo avisos en la calle. Oswaldo Farrés7, natural de Las Villas, empezó a componer a los 35 años con una guaracha dedicada a sus cinco hijos. César Portillo de la Cruz8, habanero. Isolina Carrillo9, habanera. Orlando de la Rosa10, habanero. Luis Marquett11, de Alquízar. Bobby Collazo12, de Marianao. Y Pedro Junco, natural de Pinar del Río, escribe un bolero desde el hospital pocos meses antes de morir tuberculoso a los 43 años para explicarle a su amada lo inevitable13.Flamenco es José Monje Cruz, Camarón, visto en España por estos ojos, año 1988, levitando en medio del Palacio de los Deportes en un río de dignísimo e intocable lamento, erizando los pelos del payo más forastero mientras heroína navegaba en las venas del héroe14. Reviéntese el hígado de un pato y llámese paté. Pulverícese el corazón de un hombre y música maestro.Son tiempos miserables, qué duda cabe. Mezcla de pereza y asco da estar permanentemente al tanto de la vergüenza ajena. Así, dadas las cosas, más trascendente que las previsibles groserías políticas resulta siendo el simple hecho que dos personas canten en la ciudad. Un cubano y un gitano. Uno, Chucho, hijo de Bebo Valdés, leyenda viva de nobilísimo linaje musical. Chucho hizo una fiesta solo para creyentes cuando en 1986 Irakere se presentó en un concierto en el Municipal, sin quemar y semivacío, dentro de una de las escasísimas buenas ideas del gobierno aprista, el Sicla15: traer músicos que nos distrajeran para que ellos pudieran seguir robando en paz.Ramón Jiménez se llama Cigala desde que El Camarón16 le pusiera así. Ahora sólo quiere ser Dieguito, su nombre de barrio. Rescatando la esencia del flamenco se arrima a Cuba, al Brasil, al tango, para encontrar la verdadera pureza, que contrariamente a lo que se cree Lima, es la de la mezcla.Esto es sólo un concierto. No le va a salvar la vida a nadie. Pero aquel que quiera aprender a vivir, que escuche.____________________________________1 "Hit Me With Music", 1974, y "Piel Canela", 1953.2 "Hey", Julio Iglesias, 1980.3 "Sombras Nada Más". Solís murió con 33 años.4 "Piensa en Mí", 1940, canción suya.5 "Inolvidable", canción suya.6 "La Tarde", canción suya. García Lorca lo llamó El Gran Faraón de Cuba.7 "Toda una Vida", 1943, canción suya.8 "Contigo a la Distancia", 1946, canción suya.9 Oír "Dos Gardenias", 1947, canción suya.10 "No Vale la Pena", canción suya.11 "Allí donde tú Sabes", canción suya.12 "La Ultima Noche", 1946, canción suya.13 "Nosotros", 1943, canción suya.14 Moría cuatro años después de cáncer al pulmón.15 Semana de Integración Cultural Latinoamericana.16 Una cigala es como un langostino.

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